A veces las lágrimas son la única salida, no hay nada más que pueda aliviar, y a la vez, romper los delicados hilos que a duras penas han conseguido mantener la fuerza suficiente para no caer al andar, pero en un momento determinado, el camino ha cambiado, y los pies, cansados, van dejando huellas de sangre y dolor. No es un golpe fuerte, ni una caída lo que se siente, es un estallido de sufrimiento, como si se rompiera un gran cristal y cada fragmento se incrustara en la piel y fuera poco profundizando hasta el corazón, rompiendo desde dentro un alma marchita y muerta, cansada de luchar por nada, de gritar sin ser oída, de pasar entre las personas como un alma errante de la que nadie ve, ni sus lágrimas, ni sus cadenas...
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