lunes, 10 de septiembre de 2012

Acariciando la libertad

A veces todo parece ir muy rápido, vamos corriendo intentando que las horas parezcan más largas de lo que son, ocupando cada segundo como si no hubiera un mañana de la manera más vacía y tonta posible, sin pararnos ni siquiera a mirar a la cara a quien está delante en el semáforo, a veces sólo sabemos que es de día o es de noche porque el reloj lo marca o de repente nos damos cuenta que se han encendido las farolas que proyectan nuestras tenues siluetas... 

A veces sólo pensamos en aquello que tenemos que hacer, tachando de una gélida agenda actividades sin ningún sentido, importantes para vivir, pero quitando vida, hasta que de repente, un día, algo parece cambiar, y nos desviamos del camino sin motivo aparente, como si otra cosa guiara a nuestro subconsciente y nos lleva a un lugar diferente, no sabemos a dónde ni por qué, pero vamos a un lugar diferente, a una playa lejana, donde apenas hay gente, sólo el ruido de las olas.

Poco a poco el ocaso va cayendo lentamente tras el mar, proyectando una suave luz que nos parece la más brillante y hermosa que jamás hemos visto, suave y cálida, que nos devuelve a la auténtica realidad, sin prisas, sólo con el sonido del mar... cada ola nos refresca, nos llama a que la acariciemos, nos descalzamos y andamos lentamente por la arena, mojando los pies, cerrando los ojos, sintiendo cada instante, sabiendo que aunque en un rato hay que volver a la agenda, siempre habrá un momento para poder ir a aquella lejana playa y acariciar esa sensación de libertad, que es sólo nuestra, y de nadie más...