En determinadas ocasiones las palabras parecen carecer de alivio, no consiguen calmar nuestro dolor, ni quitar ese enorme peso que parece partir nuestro pecho hasta hacerlo añicos... Es más, muchas veces nada de lo que nos digan, no sabemos por qué, nos servirá de consuelo, sólo queremos llorar, no decir nada, ni escuchar nada, pues puede ser tan grande el dolor que bloquea cada uno de los sentidos, y no nos apetece nada.
Las lágrimas van derritiendo nuestro interior, destrozando todo lo que encuentran en su salado camino, hasta llegar al corazón y reducirlo a unas tenues cenizas que tienen miedo de volver a resurgir y hacer brillar sus llamas. De manera silenciosa, sin que se pueda escuchar por nuestros oídos, ese alma sangrante pide a gritos ser consolada de alguna manera, y a esa llamada silencio, no sabemos por qué, responde un abrazo... Sin pedirlo, sin hablar, sin ni siquiera saber si era exactamente lo que queríamos en ese momento, pero nuestro subconsciente, por suerte, lo necesitaba...
Esa sensación de sentirnos arropados, sin que nos digan nada, sólo notar que un par de brazos nos protegen de todo lo que nos ha hecho daño, nos ofrecen ese calor que parece abandonarnos, y nos da un poco de fuerzas para, aunque no hablemos, nos desahoguemos, aunque sea llorando, y así, aunque no se repare del todo nuestra alma, al menos, no va a más su sufrimiento.
De igual modo, cuando vemos un corazón roto, y unas lágrimas bordear una cara, y no sabemos que decir, esa persona, al igual que nosotros en algún momento, necesita un abrazo, ese pequeño gesto tan grande, tan barato y valorado, y no nos cuesta nada darlo, y sentimos como la otra persona se encuentra mejor, y nosotros, de alguna manera, participamos de su dolor, pero también nos encontramos bien por poder aliviar con un simple abrazo...
Las lágrimas van derritiendo nuestro interior, destrozando todo lo que encuentran en su salado camino, hasta llegar al corazón y reducirlo a unas tenues cenizas que tienen miedo de volver a resurgir y hacer brillar sus llamas. De manera silenciosa, sin que se pueda escuchar por nuestros oídos, ese alma sangrante pide a gritos ser consolada de alguna manera, y a esa llamada silencio, no sabemos por qué, responde un abrazo... Sin pedirlo, sin hablar, sin ni siquiera saber si era exactamente lo que queríamos en ese momento, pero nuestro subconsciente, por suerte, lo necesitaba...
Esa sensación de sentirnos arropados, sin que nos digan nada, sólo notar que un par de brazos nos protegen de todo lo que nos ha hecho daño, nos ofrecen ese calor que parece abandonarnos, y nos da un poco de fuerzas para, aunque no hablemos, nos desahoguemos, aunque sea llorando, y así, aunque no se repare del todo nuestra alma, al menos, no va a más su sufrimiento.
De igual modo, cuando vemos un corazón roto, y unas lágrimas bordear una cara, y no sabemos que decir, esa persona, al igual que nosotros en algún momento, necesita un abrazo, ese pequeño gesto tan grande, tan barato y valorado, y no nos cuesta nada darlo, y sentimos como la otra persona se encuentra mejor, y nosotros, de alguna manera, participamos de su dolor, pero también nos encontramos bien por poder aliviar con un simple abrazo...