miércoles, 15 de mayo de 2013

El alivio de un abrazo

En determinadas ocasiones las palabras parecen carecer de alivio, no consiguen calmar nuestro dolor, ni quitar ese enorme peso que parece partir nuestro pecho hasta hacerlo añicos... Es más, muchas veces nada de lo que nos digan, no sabemos por qué, nos servirá de consuelo, sólo queremos llorar, no decir nada, ni escuchar nada, pues puede ser tan grande el dolor que bloquea cada uno de los sentidos, y no nos apetece nada.

Las lágrimas van derritiendo nuestro interior, destrozando todo lo que encuentran en su salado camino, hasta llegar al corazón y reducirlo a unas tenues cenizas que tienen miedo de volver a resurgir y hacer brillar sus llamas. De manera silenciosa, sin que se pueda escuchar por nuestros oídos, ese alma sangrante pide a gritos ser consolada de alguna manera, y a esa llamada silencio, no sabemos por qué, responde un abrazo... Sin pedirlo, sin hablar, sin ni siquiera saber si era exactamente lo que queríamos en ese momento, pero nuestro subconsciente, por suerte, lo necesitaba...

Esa sensación de sentirnos arropados, sin que nos digan nada, sólo notar que un par de brazos nos protegen de todo lo que nos ha hecho daño, nos ofrecen ese calor que parece abandonarnos, y nos da un poco de fuerzas para, aunque no hablemos, nos desahoguemos, aunque sea llorando, y así, aunque no se repare del todo nuestra alma, al menos, no va a más su sufrimiento.

De igual modo, cuando vemos un corazón roto, y unas lágrimas bordear una cara, y no sabemos que decir, esa persona, al igual que nosotros en algún momento, necesita un abrazo, ese pequeño gesto tan grande, tan barato y valorado, y no nos cuesta nada darlo, y sentimos como la otra persona se encuentra mejor, y nosotros, de alguna manera, participamos de su dolor, pero también nos encontramos bien por poder aliviar con un simple abrazo...


jueves, 2 de mayo de 2013

Sin cielo no hay estrellas

En determinadas ocasiones, cuando la duda parece envolver nuestra alma, de manera instintiva, miramos al cielo, buscando la respuesta en su aterciopelado y oscuro destino, entre sus pequeños diamantes allí engarzados, como si las estrellas, desde allí arriba, fueran capaces de ofrecernos esa respuesta tan ansiada.

¿Qué darán esos diminutos brillantes que muchas veces apaciguan nuestra alma? Son como pequeños resquicios de esperanza, que no podemos tocar, inalcanzables excepto en nuestra imaginación, pero que ansiamos ver y pasear entre ellos... Es como si cada sueño estuviera allí bordado, esperando a volver a ser acariciado por nuestros ojos, brillando en nuestras pupilas y despertando nuestra ilusión.

¿Qué pasaría si no pudiéramos tener esa esperanza? en la metáfora de la vida, el cielo sería nuestra base de ilusiones, el camino que queremos recorrer, y las estrellas, todo aquello que podemos encontrarnos y aprender, pero partiendo de lo básico, en determinadas ocasiones, estamos tan perdidos, que somos incapaces de ver las estrellas porque no colocamos un cielo para poder verlas.

El mundo puede dar muchas vueltas, y cada atardecer, en cualquier parte del mundo, es igual y diferente, de esa misma manera, son nuestras esperanzas e ilusiones, que vistas desde nuestro balcón, podemos atrevernos a soñar con pequeñas estrellas que nos lleven, no a ser quizás las mejores personas del mundo, pues siempre se puede seguir mejorando, pero al menos, a trazar un pequeño tramo que nos convierta en grandes humanos, capaces de colocar ese aterciopelado cielo todas las noches, y con paciencia y amor, bordar las estrellas de sus ilusiones, las cumplidas y las deseadas, pues de esa manera, conseguirá más que si no coloca nada para poder crear un camino, puesto que sin cielo, no hay estrellas...