sábado, 29 de octubre de 2011

Silencio...

La ausencia de ruido parece el vacío de toda esencia, como si en un segundo toda la vida se extinguiera y sólo quedara una ensordecedora na
da, y es que a veces, el se teme más al silencio que a las propias palabras, pues él por si solo es capaz de decir muchas veces aquello que los labios no quieren pronunciar, por sí mismo es demasiado sincero, y a la vez, demasiado mentiroso...
Dicen que el corazón a veces necesita estar en silencio para poder escucharse y saber por qué late, pero otras veces, desearía no tener que escuchar sus solitarios latidos haciendo eco en la soledad de la vida, sin tener otro latido que lo acompase y llene de música su aislada instancia.
Intentar decir que el silencio no es ruido no tiene sentido, pues es más molesto que todos los gritos del mundo juntos, más doloroso que miles de cuchillos, capaz de rasgar lentamente un alma, desmoronando el espíritu más poderoso hasta convertirlo en un simple suspiro que por más que grite en el silencio más absoluto nadie lo escuchará, es como si llorara en mitad de una tormenta ¿quién es capaz de distinguir las lágrimas de quien lo tiene todo perdido de unas simples gotas de agua?
Solemos pedir silencio para intentar escucharnos a nosotros mismos, pero si nuestra conciencia espera ese momento para empezar a gritar desesperada, todo se romperá en miles de cristales que nos harán entrar en un oscuro túnel del que pocos logran salir... Se debe dejar hablar, pero ante todo, debemos tranquilizarla, que aprenda que el silencio no es enemigo, si no como una tenue melodía que sólo acompasa a nuestra respiración para que cuerpo y mente se relajen y sigan viviendo.
El silencio duele, sobre todo cuando no queda nada por lo que luchar, por eso no es la ausencia de ruido, si no la manifestación del alma atormentada que sólo quiere que alguien, de verdad, la escuche en el silencio.