lunes, 1 de octubre de 2012

Niebla dorada

Otoño, estación del año llena de matices dorados incrustados con gotas de lluvia, oro añejo y plata se mezclan bajo el sonido crujiente del viento entre los árboles y el cantar de la lluvia sobre el asfalto, acompañándose del aroma refrescante de la tierra y la hierba mojada. El ambiente poco a poco va refrescándose, el sol, cansado, cada vez brilla y calienta menos, arropándose entre las nubes que descargan lluvia y electricidad.
Cada gota derramada se mezcla con mis lágrimas, y mis sentimientos, aquellos que parecían haber muerto, resurgen entre la niebla y nublan mi vista, y lo que había empezado a parecer hermoso bajo los atardeceres veraniegos, ahora son tristes sombras borrosas que no se dejan ver en la distancia, sin distinguir matices, sin mostrar sus siluetas, sólo leves recuerdos sombríos de lo que fueron, y ahora, dañadas por el frío, hieren profundamente esos recuerdos.
En Otoño todo parece enfriarse: Los caminos, el viento, el corazón, el alma... bocanadas de anhelo surgen de mi boca, lágrimas heladas rasgan mis mejillas, y cada latido parece recordarme que soy parte de esa niebla que recorre el atardecer entre las doradas hojas, que al igual que ellas, crujen y sufren, son simples papeles secos, que caen del árbol, los arrastra el viento, y se olvidan en la lejanía, quedando como un susurro que lentamente se desvanece, hasta que ya no es nada, sólo el ruido de la tormenta que anuncia de nuevo lluvia...


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