jueves, 2 de mayo de 2013

Sin cielo no hay estrellas

En determinadas ocasiones, cuando la duda parece envolver nuestra alma, de manera instintiva, miramos al cielo, buscando la respuesta en su aterciopelado y oscuro destino, entre sus pequeños diamantes allí engarzados, como si las estrellas, desde allí arriba, fueran capaces de ofrecernos esa respuesta tan ansiada.

¿Qué darán esos diminutos brillantes que muchas veces apaciguan nuestra alma? Son como pequeños resquicios de esperanza, que no podemos tocar, inalcanzables excepto en nuestra imaginación, pero que ansiamos ver y pasear entre ellos... Es como si cada sueño estuviera allí bordado, esperando a volver a ser acariciado por nuestros ojos, brillando en nuestras pupilas y despertando nuestra ilusión.

¿Qué pasaría si no pudiéramos tener esa esperanza? en la metáfora de la vida, el cielo sería nuestra base de ilusiones, el camino que queremos recorrer, y las estrellas, todo aquello que podemos encontrarnos y aprender, pero partiendo de lo básico, en determinadas ocasiones, estamos tan perdidos, que somos incapaces de ver las estrellas porque no colocamos un cielo para poder verlas.

El mundo puede dar muchas vueltas, y cada atardecer, en cualquier parte del mundo, es igual y diferente, de esa misma manera, son nuestras esperanzas e ilusiones, que vistas desde nuestro balcón, podemos atrevernos a soñar con pequeñas estrellas que nos lleven, no a ser quizás las mejores personas del mundo, pues siempre se puede seguir mejorando, pero al menos, a trazar un pequeño tramo que nos convierta en grandes humanos, capaces de colocar ese aterciopelado cielo todas las noches, y con paciencia y amor, bordar las estrellas de sus ilusiones, las cumplidas y las deseadas, pues de esa manera, conseguirá más que si no coloca nada para poder crear un camino, puesto que sin cielo, no hay estrellas...


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